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La Loba (por : Jorge Morla Suárez )

  Relato presentado a concurso
 
La Loba * (Que puede servir de humilde prefacio al cuento Dientes, pólvora, febrero de Rafael Sánchez Ferlosio, a cuya memoria va dedicado)  
 
 
Seudónimo: Ordoño Tercero

 Bajaron, los hombres, por la loma bien entrada la noche. Los gemidos del joven se confundían con el ulular de la lechuza, el gruñido del perro de caza, el trote de las ocho botas de cuero.La calma eléctrica que rodea a los asuntos con nervio sacó de la cama a las mujeres con peor sueño, que tardaron poco en vestirse y echarse a la plaza.El candil que llevaba en alto el primero de los hombres iluminó a la más vieja de todas, que era tuerta y vestía de negro, y parecía que hubiera pasado la noche allí de pie, en la mal iluminada plaza. La mujer dio un paso al frente y preguntó por los hechos.—Fue la loba— dijo un mozo con el pelo alborotado. Detrás de él, el resto de hombres amagaba con dejar al herido en el suelo.—Espera, espera —dijo la tuerta, y luego se giró hacia el umbral de una de las casas de la plaza—. Poner una jarapa o un paño en el suelo, que no toque la tierra.Dos mujeres, ni jóvenes ni viejas, salieron de la sombra que era la puerta de la casa con una sábana fuerte y la echaron al suelo. Parecía más bien un mantel gastado. Los hombres dejaron sobre la tela al joven, que soltó un gañido. El perro daba saltos nerviosos.Ya el jaleo iba despertando a los vecinos, y ya la sangre iba dejando su regusto ferruginoso en el aire. Las cortinas y los visillos se iban descorriendo, y a través de los finos cristales se iban intuyendo caras curiosas.—Había que llamar al practicante —dijo una mujer, que salió de otra de las casas con dos soñolientos niños agarrados a ella.—Es lo mejor, sí —convino uno de los hombres que había traído al joven en volandas—. Arrea, chaval, ve y saca a Marcial de la cama.El niño más grande se giró hacia su madre buscando aprobación, y cuando esta asintió salió corriendo pueblo abajo. El ruido de sus pisadas se perdió al poco.—Tiene mala pinta —dijo otro hombre que acababa de llegar—. Igual había que echarle agua.El joven herido se quejaba entre dientes y jadeaba y salivaba.
—Espera a ver qué dice Marcial y trae agua para nosotros, anda.Así hizo. El hombre sacó una jarra grande y los que habían traído al joven a cuestas se la pasaron y la vaciaron. También le ofrecieron a él, al herido, pero la rechazó: nada entraba en esa boca contraída en una mueca. Como el mantel sobre el que estaba era negro, bajo la luz de la farola no se veía que poco a poco se iba empapando con su sangre.—¡Está aquí Marcial! –grito, poniendo la voz más grave que podía, el niño que había ido a por el practicante.  —¿Qué ha pasado? —preguntó Marcial, con la barba desaliñada y sin peinarse. La noche se terminaba y la tímida luz del sol empezaba a perfilar las montañas a lo lejos.—Fue la loba —dijo la tuerta.
—La culpa ya sabemos todos de quién es —dijo mirando al suelo uno de los cazadores.La mujer de los dos niños apretó los dientes al oír aquello, pero luego agachó la cabeza.—Bueno, bueno, haya paz —dijo el practicante, que luego se giró a la gente: —Necesito agua caliente y una tijera, para empezar. ¿Cómo fue que pasó?—Eso, fue la loba —dijo un cazador —. Preparamos el chorco al caer la tarde, y esperamos los cuatro toda la noche.
—¿Qué es un chorco? —preguntó a su madre el chico que había ido a por Marcial.—Una trampa —le respondió esta, haciendo un ademán con los brazos—. Se ponen en el bosque muros largos que se van estrechando, y se asusta al animal para que se meta por un pequeño hueco que está al fondo, donde le están esperando.—Pero y no puede…
—Calla, calla —chistó la madre.—Lo teníamos todo bien preparado —retomó el cazador—. Pero la muy lista se lo olió de alguna manera. Ya estaba por entrar en el hueco del chorco cuando se revolvió y saltó sobre Abel.De algún sitio salieron las tijeras y el agua que el practicante había pedido. Este, con un movimiento rápido, cortó la pernera ensangrentada y dejó la pierna izquierda al aire. Palpó la sangrante ingle. Tragó saliva y se volvió hacia el cazador que había hablado. La mirada que le lanzó no necesitaba palabras. El cazador suspiró y habló.—Igual había que avisar a Teresa. Sí. Niño, vete a casa de la señora Teresa y dile que venga.El niño volvió a salir pitando, y se volvieron a oír sus pasos perderse por la plaza. Llegó más gente.—Tiene mala pinta —rumió uno de los recién llegados.—La culpa ya sabemos todos de quién es —dijo otro de los cazadores.Esta vez la madre de los dos niños no se calló.—Y dale —dijo—. ¿Cuántas veces tengo que decir que no es la misma loba?—¿Pero qué hacéis ahí parados? —gritó desde la ventana un hombre con medio cuerpo asomado—. Venid que os abro la cochera.—A ver —terció el practicante, mirando alternativamente al cazador y a la madre—. ¿Me ayudáis a meterlo en la cochera?Entre todos cogieron el mantel, con cuidado, y levantaron al joven. El vecino terminó de abrir, desde dentro, las puertas de la cochera vacía y lo depositaron en el suelo. Dieron la luz y todo se volvió amarillo. Como la gente ya no podía arremolinarse alrededor del herido, todos esperaban en silencio a la puerta. Eran ahora formas calladas y solemnes que no sabían muy bien qué hacer. Un hombre que había ayudado a levantar el mantel se encontró con las manos cubiertas de rojo, y cuando lo vio, uno de los cazadores se le acercó y le puso la mano en el hombro. El hombre dijo que conocía al joven desde que era “así”, dijo, y puso a la altura de su cadera la mano manchada. Volvió el chico a la plaza, corriendo, y cuando llegó donde la gente habló de nuevo con voz impostada: —Que ya se viene la Teresa de camino.
Se acercó donde su madre y su hermano. El pequeño de los nos niños se le acercó al mayor, y tirando de su camisa le susurró:—Mamá discutió con uno.—¿Por qué?—Dijo que no era la misma loba. No sé.—Ah, sí. Hablan de la loba del tío Miguel —le dijo el grande, que intentaba ver qué pasaba en la cochera.—¿Qué dices?—Hace tres años, después de una partida de caza, el tío Miguel se trajo una loba cachorra que estaba herida, y la cuidó hasta que se curó —dijo en voz baja el chico—. Luego la soltó al monte, y un par de años después fue que esta loba de hoy empezó a atacar a las ovejas. Tú no te acuerdas porque eras muy pequeño.—Niños, yo creo que deberíais volver a casa —les dijo la madre.Se hizo un silencio de repente. Como cuando se abre la puerta y un viento apaga todas las velas de la iglesia, así la gente dejó de moverse y de repente todos callaron.—Nada. Murió —dijo el practicante desde el umbral, meneando la cabeza. Se le acabó la sangre.—A ver, a ver, sitio —dijo una voz—. Ha llegado la Teresa.
—Venga, a casa —dijo uno de los cazadores.
La madre de los niños ahogó un suspiro y se acercó a la cochera. Los niños hicieron por seguirla pero la tuerta se puso delante y les señaló su casa.—Venga, que no son horas. Volved a casa y sacad a vuestro padre de la cama, que tiene que echar una mano.
Los dos hermanos echaron a andar a la casa.
—Meca, vaya susto —dijo el pequeño, casi temblando. El cielo se iba aclarando. Desde alguna calle llegó el canto de un gallo madrugador. Pronto amanecería. -FIN-

 
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Publicado por en 01/12/2019 en VIÑAYO MI PUEBLO